(Las manos pintadas por Fray Angélico)
Se precipita el hielo,
se descuelga
en llamarada múltiple.
Decenas
de diminutos dardos
dibujan las distancias
desde dentro.
Un cielo casi líquido
se asoma
al lienzo balconado
sobre el pecho.
Dorada dimensión.
La piel se escribe
con el lenguaje azul
de los arroyos.
Estamos cultivando
la humareda.
Cenizas del galope
de una nube
para quedarnos dentro
del espejo.
Esquema de un encuentro
para labios.
Las yemas del ocaso
se perfilan
sobre brocados tibios,
sobre láminas
Con silencios.
Total de siemprevivas.
Paisaje del declive
de las uñas.
Plegado queda el grito,
se detectan
indicios de tormenta
en los rosales.
La piel que se alimenta
de palabras.
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