La tarde es de ladrillos
y de espadas.
El sol es un recuerdo
de otras vidas,
de cuando andaban barcos
el desierto,
espIgas eran manos
y al sol de Galilea las piedras
aspiraban a ser panes.
Será prolongación de este minuto
cualquier dolor cercano
a nuestras horas.
ytodos los relojes
nos repiten
un siglo de silencio atribulado
por el estruendo hiriente
de esta lluvia.
La tarde se hace túnel
y alarido.
Dos figuras estáticas
sustentan
una silente voz de venas
en el aire.
Colinas del incendio, calavera
que nos describe el mundo sin palabras,
donde la sangre es texto manuscrito.
Almenas de la voz,
los rostros dudan
buscando su perfil
en la tormenta.
La ortiga del dolor
alcanza el cenit
trepando las columnas
de la carne
La tarde muere ahora
en nuestros ojos,
cuando la madre siente
que su espalda
sostiene todo el monte.
Un cielo carcomido nos acerca
al tiempo adoquinado
en que los ríos
no encuentran su lugar
en la llanura.
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