«Mira, los árboles están. Las casas en que vivimos aún siguen. Sólo nosotros
corremos delante de todo como una bocanada de aire».
R.M. Rilke
Colinas de metal, árboles manos
que sostienen el pecho
de la tarde.
Se recorta la piel.
Se quiebran nubes
y mantos de papel
ocultan todas
las simas del dolor.
Como un cielo sembrado
para verse,
reflejo de lugares
donde el tiempo
entierra sus relojes
y su prisa.
País de soles lentos,
de miradas
que acarician el césped
y lo encelan.
El mar escucha, absorto,
este prodigio
de verdes enmarcando
los asombros.
Lugar de nunca invierno,
de columnas
que encienden su fulgor
sobre las tapias.
Frutos incandescentes,
tan ajenos
al miedo de las manos
que ninguno
de nuestros bellos sueños
edifica.
Aquí no ha comenzado
el ciclo de la sangre.
No se ha escrito
tragedia ni clamor
en esta página.
Jardines recorridos
por un viento
de arrulladora calma,
de emociones
que solamente el ángel
conocía.
Pero detrás del muro
ya suenan
las pisadas.
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