(Domingo de Guzmán meditando)
Silencio en los castillos.
Y el Duero se detiene
o pisa más despacio
la sombra de los trigos.
Un grito en las almenas
es pañuelo
que queda despidiendo
a los que han ido
a reclamar las tierras
de las hoces.
Se callan las espadas.
Se fue quedando pálida
la tarde
y se vistió su atuendo
blanco y negro.
Galope de caballos,
saeteras
que retratan la fuga
de los corzos.
Qué cerca está Castilla
allá tan lejos.
Qué cerca los sitiales cincelados,
miniados canecillos
del invierno.
Callaron las campanas
desde Osma,
y Silos se arropó
de cantos lúgubres.
II
Banderas de azahar tiene Bolonia
que esperan un final
envuelto en mármoles.
Por todo el Languedoc
corren las voces
de un viento atronador,
de pergaminos
vendidos como piel
para escarpines.
Las piedras de Toulouse
son hogueras
donde se hornean ahora
panes cátaros.
Languidecen las manos
y se arquean
los ojos de las torres.
La noche, como un libro,
va contando
la historia del dolor
y de la ausencia.
Silencio en las orillas
de aquel río
que pudo describir
tantas batallas.
Ahora el caballero
repasa los caminos
que fueron hasta el hielo
de Las Marcas.
Se dobla el arquitrabe
de sus hombros
por el peso de siglos
en la sangre.
III
Sentado bajo el cielo amarillento,
se va quedando solo
y reconstruye
la historia como cauce
de cenizas.
Costumbre de senderos,
pies cansados
y llanto en los cabellos
de la noche.
Todas las cosas duermen
en el mundo
y vela el caballero
iluminado
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