(Anunciación: Museo del Prado)
El fuego era la muerte.
El cielo está sentado
en el leve regazo de los días.
La muerte es otro fuego
que traemos
en cántaros de barro,
o estas manos.
Entonces estas manos
serán la floración
de incendios construidos
como si nunca hubieran existido
los arroyos.
El ángel está ardiendo.
El cielo es una hoguera
hasta los ojos.
La más absorta luz esta doncella.
El cielo era la muerte.
Los muros ya han vestido
su túnica de manos.
Para tener su propia anunciación
llegó la barca puntiaguda
de la noche.
Corrieron los pinares.
De Fiésole trajeron
colores de las tierras
estriadas.
Cubrir de amaneceres
los muros de Florencia,
surcar los mares rosa
del templo de las dudas.
Incendio tan estático
que lleva las palabras
a otro cauce.
Dialéctica del ojo,
guardián de las murallas
del ocaso.
El fuego es este ángel
que llena los tabiques de rocío.
Venimos desde entonces.
Traemos las palabras
cosidas a las venas.
Traemos un volcán,
una cosecha alucinada,
un manto de cristales.
Las manos más antiguas
consagran el incienso.
Ventanas en el cielo.
Arada está la luz,
tendido el surco
para sembrar de labios
y ropajes.
La muerte es otro río.
Se queda, como un niño,
juntando lejanías
debajo de la sombra
de los arcos
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