(Descendimiento de San Marcos)
La elegía no se crea
ni se destruye,
se eleva sobre árboles
de hielo,
en barcos de granito
que van acicalando
nuestras horas.
Los brazos de la madre
memorizan
el llanto de otros días,
las hojas masticadas
por el humo de los años.
El pájaro sembrado
de las lágrimas
abona las macetas de lo oscuro.
La elegía coloca sus tentáculos
de alambre
en torno a las ventanas
de la vida.
El pecho de la muerte
tiene ríos
del todo semejantes
a banderas
que maltratan el rostro
del recuerdo.
Las horas más voraces
son castillos
que nacen de los riscos
de la sangre.
Acaso la elegía tiene
estas manos
que cercan los rosales
de los atrios.
Pero ahora ya sabemos
que ella no se crea
ni se destruye.
Se va empozando dentro
de los días,
dolor de identidad
de nuestros huesos,
soldado a las costillas
de la historia.
Perfil damasquinado
de una daga
para horadar las horas,
para hacerlas
entrar en los reductos
que mastican el tiempo.
La elegía, pequeño mar
de muros lánguidos,
ya nunca más se crea
ni se destruye.
No hay comentarios:
Publicar un comentario