lunes, 3 de octubre de 2011

HORAS VORACES


(Descendimiento de San Marcos)

La elegía no se crea

ni se destruye,


se eleva sobre árboles


de hielo,


en barcos de granito


que van acicalando


nuestras horas.

Los brazos de la madre

memorizan

el llanto de otros días,

las hojas masticadas

por el humo de los años.

El pájaro sembrado

de las lágrimas

abona las macetas de lo oscuro.

La elegía coloca sus tentáculos

de alambre

en torno a las ventanas

de la vida.

El pecho de la muerte

tiene ríos

del todo semejantes

a banderas

que maltratan el rostro

del recuerdo.

Las horas más voraces


son castillos


que nacen de los riscos


de la sangre.

Acaso la elegía tiene


estas manos

que cercan los rosales

de los atrios.

Pero ahora ya sabemos

que ella no se crea

ni se destruye.

Se va empozando dentro

de los días,

dolor de identidad


de nuestros huesos,


soldado a las costillas


de la historia.

Perfil damasquinado


de una daga


para horadar las horas,


para hacerlas


entrar en los reductos


que mastican el tiempo.


La elegía, pequeño mar

de muros lánguidos,

ya nunca más se crea

ni se destruye.

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