(Diversos fondos y lejanías de escenas sagradas)
La lluvia en los rosales.
Un sol lento multiplica
cenefas y enrejados allí donde el silencio
como palmera crece.
Un blanco torrencial
se precipita.
Balcones almendrados
esconden la ascensión
de los susurros.
Murallas de algodón.
Calendario de todos
los incendios,
de todos los discursos
sin palabras.
Ventanas hacia adentro.
Paredes que sustentan
solamente penumbras
donde crece y se afirma
la plegaria.
Hemos venido juntos
a esta hoguera
o gran proclamación
del viento convertido
en arquitecto.
Geranios y alhelíes
pueblan un territorio
bien dispuesto
para ser semillero
de los éxtasis.
La lluvia y la ceniza.
Cortinas y celajes
venidos de los libros,
velan la fragilidad
de un cielo líquido.
Campanas borradoras
del tedio y sus contornos.
La palabra se alza
en minaretes,
en bancales de luz
para cruzar en vuelo
los abismos.
La lluvia es otra piel
que nos ponemos
para escalar el hielo.
La cal no tiene límites.
El tiempo ha desbordado
el territorio azul
de las preguntas.
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